Aquí el sonido no solo se oye, también es posible verlo. En la obra Movimiento armónico. De la serie Cuerpos Resonantes, de la artista Alba Triana, una sala totalmente oscura nos enfrenta a algo muy elemental: un platillo -un platillo como el de una batería- que, al ser estimulado con energía, “activa sus patrones naturales e intrínsecos de vibración”. El platillo comienza a vibrar desde su esencia misma. Antes de que cualquier músico “lo toque”, ese platillo vibra por sí mismo. Desde el techo, unos puntos laser se posan sobre él y a medida que las frecuencias van cambiando -suben, bajan, se intensifican- se van generando figuras de color rojo en la atmósfera de la sala. Las vibraciones se hacen visibles para el espectador que va descubriendo figuras, rayas, círculos, formas que se activan gracias a la secuencia de energía. Lo que se ve y lo que se oye es inseparable dentro de “una narrativa abstracta que se desenvuelve en tiempo y espacio”. Las interpretaciones pueden ser múltiples, como si el platillo fuera un corazón que a medida que se agita va produciendo imágenes también “agitadas” -como si aludiera a un electrocardiograma- y viceversa. Triana no busca ilustrar la ciencia. No busca representar el lenguaje científico desde el arte. Ella cree en el arte como herramienta de conocimiento, dentro de tantas posibilidades de conocimiento que existen. 

Su interés es entender cómo funciona la naturaleza desde su nivel más fundamental, más microscópico. Muchas de esas fuerzas y energías intangibles, invisibles, se van revelando en su trabajo. La tecnología -la misma que usamos a diario- también es una herramienta para el arte. Y aquí nos confronta a un saber que no siempre es lógico y que no busca representar una ecuación científica, acá este conocimiento es vivencial, donde nosotros interactuamos con algo que antes no era ni siquiera perceptible. En esta obra la vibración se traduce en un gesto poético en el que el espectador puede recorrer la sala lentamente para ver el sonido desde diferentes puntos, como si fuera un ejercicio de introspección. Cómo y por qué vibra un platillo y por qué genera esas imágenes son preguntas que nos invitan a pensar cómo y por qué funcionan como funcionan las cosas que nos rodean sin darnos cuenta. Y a ratificar que el arte está en todas partes, solo que no lo vemos. 

Esta obra que se renueva cada 8 minutos tuvo un antecedente que tuvimos la oportunidad de exponer en Voltaje, el salón de arte y tecnología, que se desarrolla todos los años en paralelo a La feria del millón. Hoy se puede ver esta obra con nuevas variaciones en el MAMBO, además de dos piezas que acuden también a la tecnología no como un fin sino como un medio. En Ballet entrópico. De la serie campos delirantes, una serie de agujas -que parecieran aludir a personas- se mueven rápidamente, se entrelazan, se separan, vuelen a unirse, todo dentro de movimientos aleatorios que se dan por la acción de un campo electromagnético. “Las piezas de esta serie indagan cómo las leyes universales del azar determinan la organización e interacción entre elementos tangibles e intangibles del mundo natural”, dice el texto que acompaña la obra. Y así, en medio del caos todo parece tener un orden y por eso uno intenta encontrar un sentido lógico de los movimientos. Si aquella aguja se moverá de nuevo como lo acaba de hacer, o si se unirá con la que está al lado, si “bailará” con la que le sigue; si se separará de la que tiene cerca. Nuevamente, una metáfora de la vida -podríamos ser una de esas agujas-, una metáfora de las relaciones personales y de las situaciones que se dan inesperadamente pero que al final tienen una razón de ser.

La tercera obra que complementa esta exposición es justo la primera que uno ve al ingresar al museo. Unos péndulos mueven esferas sobre superficies de colores que, a su vez, van “dibujando” gestos sobre las mismas. Las esferas (imanes) van generando órbitas, unas más complejas que otras, también por la acción de un campo electromagnético. El cuestionamiento es el mismo; cómo funciona la naturaleza y cómo en escalas globales, los sistemas se “organizan”.

Las tres piezas fueron pensadas para los tres espacios y dejan entrever las inquietudes de Alba como artista. Su abuelo paterno fue fundador de la orquesta sinfónica y el materno era poeta. Esa influencia la llevó a estudiar composición musical para instrumentos sinfónicos y electrónicos y por medio de una serie de experimentaciones empezó a concebir sus primeras obras. Esa relación con la composición se insinúa, pero son las cuerdas, los platillos, los que parecieran dictar su camino y no al revés. Así como hay escritores que crean personajes y después ellos son los que le van señalando la historia a relatar; aquí podría decirse que los materiales, la experimentación con los mismos, van mostrando el fin último de sus obras. Más que una imposición racional suya, prima lo intuitivo, lo que le va señalando el azar. “Todo pasa por algo”, frase que oímos tanto diariamente, parece cobrar relevancia en esta exposición. En este momento algo que no vemos está dictando nuestro destino y la obra de Alba nos lo recuerda.